Es la violencia la que ha ganado
terreno en nuestra sociedad. Repasen en cuántos momentos la agresión está
presente en nuestra cotidianeidad. Las palabras altisonantes a la orden del
día, las miradas desafiantes de auto a auto en la calle que muchas veces
termina en una pelea callejera, la sacudida del padre al niño que está haciendo
un berrinche, los medios de comunicación y sus formas de obtener audiencia:
sonidos e imágenes, entre más sanguinarias mejor “porque eso es lo que vende”
Vivir en una sociedad violenta,
no es beneficioso para nadie: la pregunta que se desprende entonces es porque
vivimos inmersos en una sociedad con tales características?. Todos los que
integramos la sociedad, podemos promover acciones que favorezcan una
convivencia más agradable y sin naturalizar la violencia como una elemento
constitutivo de nuestra sociedad. Es cierto que las responsabilidades no deben
estar repartidas en partes iguales. Quienes detentan el poder simbólico y
político en la sociedad, deben tener una mayor responsabilidad en emprender acciones que tiendan a generar menores niveles
de violencia simbólica y discursiva; deben convertirse en los precursores de gestiones
socialmente pacíficas, que impacten en la sociedad y generen en consecuencia un
discurso de mayor cordialidad y tranquilidad entre todas y todos los
integrantes de la sociedad.
“El hombre lobo del hombre” decía
Tomas Hobbes en su libro “El Leviatan”. Precisamente para evitar esa lucha de
todos contra todos, el filósofo ingles proponía la celebración de un contrato social
y la posterior creación de ese estado que garantizase la seguridad de todas y
todos.
La sociedad violenta es un hecho,
sin embargo entiendo que la naturalización de la violencia todavía no se ha
materializado como tal y en mi opinión, es algo muy alentador. Existen
resistencias a la naturalización de la violencia, de la misma manera que nuestro organismo se
defiende con sus anticuerpos de las bacterias que ingresan en el cuerpo y
producen la enfermedad. De los que nos consideramos los anticuerpos, depende alcanzar
la suficiente fuerza social para poder enfrentar eficazmente este problema que
nos aqueja a todas y todos.
Solos no lo conseguiremos; necesitamos
de un Estado que se comprometa enérgicamente en todos sus poderes y niveles de
gobierno, y que asumiendo su rol de organización social más compleja, nos puntee
el camino a recorrer; una vía en la cual primen como herramientas el equilibrio emocional, el respeto a la
diversidad y el dialogo sincero y constructivo. No es un camino para nada sencillo,
pero bien vale la pena ambicionarlo.
Parafraseando a Jose Ingenieros
quien señalaba que “los mediocres no cosechan rosas por temor a las espinas”, entiendo
que llego el momento cierto en que las y los argentinos nos demos la
oportunidad de pensar y trabajar por lograr una sociedad más equilibrada, inclusiva
y básicamente no violenta; si somos capaces de emprender dicha tarea, le
estaremos proporcionando una contribución sustancial las generaciones futuras
de nuestro país.
Marcelo Fidalgo
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